Cuando el trapecista en el circo se dispone a hacer un triple salto mortal quizás solo oiga el redoble del tambor y el latido acelerado de su corazón.
Pero hay algo que le impulsa y le mantiene decidido. Y es la confianza en su compañero que está balanceándose allá en la altura en el otro extremo de la carpa.
El trapecista solo tiene que confiar en su compañero que le cogerá de las manos cuando vaya por el aire para dejarlo en el siguiente trapecio.
Así los creyentes confiamos en ese Dios que es Padre-madre nuestro. Gure Aita. Y le invocamos con la oración que Jesús nos enseñó, y al hacerlo nos hacemos más hermanos.
Saltamos confiados en que nos echa una mano, nos agarra y nos pone en el siguiente escenario, en el próximo paso de vida y compromiso, en …
“Padre nuestro…, Gure Aita…”
Necesitamos una oración cargada de humanidad, capaz de despertar esa mirada atenta y sensible hacia quienes peor lo están pasando.
Si algo debiera ser nuestra oración es profundamente humanizadora, capaz de despertar conciencias (empezando por la mía propia) e impulsar gestos y presencias.
Así pues, comienza la semana rezando de nuevo “el padre nuestro”; una semana para no mirar a otro lado, sino para aprender a ver con los ojos del corazón, y ver con más profundidad y ternura.