Dios nace en una familia. (La “Sagrada” familia: María, José, Jesús)
Se posa en la vida y en la historia humana, en una familia que, como tantas, intenta dar respuesta a las dificultades desde la confianza en Dios, el compromiso, el amor y la ayuda mutua.
Dios desde el principio se encuentra con conflictos, preocupaciones, injusticias…
Y José cogió al niño y a su madre y huyó a Egipto.
También hoy, muchas familias tienen que huir. Como en este testimonio recogido en la revista “Refugiados” publicada por ACNUR:
“Vumuli es una de los miles y miles de refugiados que han tenido que salir de su país (Republica democrática del Congo) por el conflicto que viven.
Cuando su pueblo en la provincia de Ituri, fue atacado, el caos de la huída solo pudo mantenerse al lado de tres de sus cuatro hijos. Al cuarto y a su marido los encontró más tarde muertos en la orilla de un rio. Fue cuando huyó hasta Drodo, un punto seguro dentro de la misma provincia.
Hoy, sola al cargo de la familia, ni tan siquiera puede dar un techo a los tres hijos que sobrevivieron. Llevan meses durmiendo en una iglesia. “Solo quiero un techo y, si es posible, una manta” afirma.
La familia debe ser una escuela, un hogar y (si somos creyentes) un templo.
-Una escuela para aprender a vivir, a convivir, a cómo reaccionar ante las diversas dificultades. Donde aprender los valores, donde hacer experiencia de ellos. El respeto, la acogida, la escucha,….
-Un hogar donde sus miembros se sienten valorados, queridos, acogidos. Hogar =fuego bajo. Donde compartir pan y palabra. De puertas abiertas.
-Un templo donde experimentar la confianza en Dios. Donde se abre la ventana a lo transcendente. Donde se aprende juntos a rezar y a vivir el evangelio.
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