La respuesta comienza por una pregunta.
Según las lecturas de este domingo, cuando Jesús entra en Jerusalén aclamado por la gente (“algunos cortaban ramas de los árboles y alfombraban la calzada”), se preguntaban unos a otros: ¿Quién es éste? Pero ¿quién es?
Y aunque algunos aventuraron una primera respuesta (“Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”), la respuesta definitiva, completa y total no llegará hasta el final del relato de la Pasión. Cuando un centurión romano que estaba presenciando el sufrimiento de aquel hombre en la cruz dijo: “Éste es el Hijo de Dios”
Y es que el acercarnos y compartir el dolor y el sufrimiento de otra persona nos cambia la percepción. El hacernos compasivos del sufrimiento de los demás nos hace ver la vida de otra manera. Y nos lleva a responder con otras palabras más “profundas”.
Ahora el centurión no solo entiende un poco más y mejor quien es Jesús, sino que sobre todo se entiende mejor a sí mismo.
Algo se ha movido en su vida. El encuentro con el sufriente le ha removido por dentro y le ha hecho responder. Pero es más, le ha hecho preguntarse a sí mismo muchas cosas.
El sufrimiento del crucificado ya medio muerto le ha dado vida.
La respuesta no está el comienzo sino en el itinerario cercano y compasivo.
Foto . Cruz en la Iglesia de Lanciego.
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